(Cuento:
Texto completo. DR.)
*Elan
Aguilar
Hola soy Brígida, maestra de primaria y les quiero platicar
sobre Juanito, un niño que conocí en tercer grado, un niño de cara triste y de
una colonia pobre, con muchas carencias, Juanito en mi clase llegaba puntual,
con ropa desgastada pero limpio, nunca con mochila, sólo un cuaderno usado y su
lápiz, de vez en cuando con una bolsita con un bolillo relleno de chiles
jalapeños en vinagre, era callado, bastante, y empezaba la clase y él no se
perdía ninguna de mis palabras. Salía al recreo pero se quedaba cerca del
salón, tenía una amiga de clase que lo procuraba, cambiaba con él una de sus
tortas de jamón o de huevo, Juanito nunca aceptaba quizá por pena, pero su
amiga le decía que no fuera así con ella, que a ella le gustaba mucho la torta
de chile pero que en su casa no le permitían comerlo, termina accediendo ante
la petición. Cuando no llevaba nada, ella le compartía una mitad porque una
entera nunca le aceptaba “ándale, ayúdame ya estoy llena y si regreso con
comida me regañan” y él le ayudaba. Yo me hice de la vista gorda en muchos
aspectos de los puntos que nos pide el programa escolar y en lo que estaba a mi
alcance lo procure. En mi casa me habían enseñado principios como la piedad y
otros valores que me hicieron inclinarme por la enseñanza pública. “Oiga
maestra Brígida”, me llamó el director una ocasión “Juanito ya tiene el cabello
muy largo, que se lo corten o mañana no lo deje entrar a clase”, “Si profesor,
yo le aviso”, Jimena, que así se llama la amiga de Juanito, había escuchado el
comentario del director y antes de salir de clases se me acerco para decirme
“maestra, ¿me permite cortarle el cabello a Juanito?” Sentí un nudo en el
estómago, una niña de ocho años podía sentir más empatía por otro niño que un
adulto. Y ahí estábamos las dos, cortándole el cabello a Juanito dentro del
salón para que no fuera a vernos el director. Pasaron a cuarto año y tuve un
mal presentimiento, sé que muchos compañeros están más preocupados por cumplir
los requerimientos de un programa que de enseñar, por temor a perder su
trabajo, pues con la reforma educativa, aparecieron “supervisores” que sólo se
encargan de ir a palomear un formato oficial con los puntos a cubrir. Sólo
apariencias. Juanito empezó a tener problemas, la nueva maestra de cuarto un
día le dijo “¿Qué es esto? ¡Pedí el cuaderno forrado y una pegatina con su
nombre! Esto no me sirve.” Y le arrojó el cuaderno “¡Tómalo!”. Jimena y otros
compañeritos, me fueron a ver para pedirme un pliego de papel a color para forrar
su cuaderno. Ella le prestó la pegatina. Cierto día, Juanito no se presentó a
la escuela durante dos semanas: “¿Por qué faltaste Juanito?” le preguntó su
maestra, de cuyo nombre prefiero no recordar, “estuve enfermo maestra”, “¿Y tú
justificante medico?”, “¿Qué es eso maestra?”, “En el recreo te vas a la
dirección, estas expulsado”. Jimena fue a decirme lo ocurrido y me pidió la
acompañara a hablar con el director, le parecía injusto. Llegamos a la
dirección y Jimena habló: “Señor director, lo que están haciendo con Juanito es
injusto. Él estuvo enfermo y no fue al doctor porque no tiene para pagar uno.
Sólo espero a componerse. Él vive sólo con su abuelita, y ella trabaja
vendiendo chicles en el zócalo, no es justo que lo quieran expulsar”. Juanito
miraba el piso. Yo miraba al director, que por un momento pensé que le diría
“No te preocupes, Juanito”, pero no fue así. “Regresen a su salón” les dijo,
“¿Y usted maestra Brígida, qué se le ofrece?”, “A mi nada, con su permiso”, y
nos retiramos los tres. Algo paso por la mente de Juanito esa ocasión, quizá
tomo conciencia de su situación, quizá no quería darle mayores preocupaciones a
su amiga o simplemente la reforma no estaba hecha para niños como Juanito.
Después de cuatro meses, Juanito abandono la escuela. Jimena y sus amigos
continuaron. Pasaron a sexto año y yo también. Me dieron sexto grado y estaba
muy contenta de ver a este grupo de niños que se habían ganado mi afecto. Un
día, al terminar las clases, salimos de la escuela y estábamos esperando el
autobús, cuando varios niños empezaron a gritar: “¡Jimena, Jimena, ahí está
Juanito, ahí está Juanito!” señalando el interior del vehículo. Todos subimos
inmediatamente y Jimena por delante, Juanito llevaba una guitarra, cantaba en
los camiones. Todos lo abrazamos.
*Elan Aguilar. Escritor. punto.
Si te gusto el cuento, tal vez te interese esto: Los sofismas de Dresser
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